Wednesday, March 27, 2013
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Ancile: EL PRÍNCIPE DE NICOLÁS MAQUIAVELO Y SU LEGADO. (EN...: Aprovechando la ocasión del quinto centenario de la publicación de El principe , de Nicolás de Maquiavelo, el profesor de filosofía Tomá...
Tuesday, March 26, 2013
Relato con título al final, de José Bullaude (Argentina)
Para este relato tengo dos títulos.
No quiero optar por uno. Por eso, puse uno al comienzo y otro al final. Sé que
el del final no debiera llamarse titulo, sería un error. A quien corresponda,
pido disculpas.
El primer título es el siguiente:
EL ÁNGEL DE
LAS FRONTERAS
Esta historia empieza en un curso que di sobre “Bases
de la Comunicación
Humana para Médicos Rurales” en el Ministerio de Salud
Publica de la
Argentina. Fue en Abril de 1960 y siguió así…
Martes 12 de Junio de 1960 – 8:00hs
Son las 8 de la mañana. Aterrizo en Puerto Iguazú. Una
de las alumnas del curso, la
Doctora Marta Swartz, me espera. Permaneceré aquí unos días
para conocer su labor.
Martes –
10:00hs
Al llegar me alojaron en la Unidad Sanitaria.
Empecé a recorrerla y conocer su funcionamiento, su gente, su proyección en la
comunidad.
Debo confesar que no conocí nada igual en todas las
otras que visite en la
Argentina. La Doctora Marta, logró que la gente se integrara
a la Unidad
como si fueran parte de ella. Porque si están enfermos, reciben atención
médica, medicamentos y normas para conservar la salud y prevenir la enfermedad.
Pero también pueden participar y retribuir lo recibido solamente con trabajo o
con horas de dedicación. Nunca jamás con dinero.
Llega un curandero amigo de la doctora. Me lo
presenta. Pide ayuda para su comunidad que vive en la selva, le promete que irá
con él. Los curanderos y ella se ayudan mutuamente. La doctora, con su política
de buena vecindad se lleva bien con los curanderos, siempre que estos no sean
aprovechadores de los pacientes. Esto forma parte de su política de buena
vecindad con todo el mundo.
A caballo, se internan en la
selva Marta Swartz con el curandero y dos indígenas, para visitar a los
indígenas enfermos.
Dos jóvenes
indígenas, uno de 18 años y otro de 20 reparan, arman y crean cualquier cosa,
con gran capacidad. Hace un año, la Doctora Marta los contrató como “limpia pisos”.
Pero al ver su capacidad, los empezó a preparar como enfermeros. Ella dice
“saldrán muy buenos”.
Me invitan a conocer la
pequeña ciudad llamada Puerto Iguazú, la de las “tres fronteras”. Allí,
conviven armónicamente el guaraní de los paraguayos, el portugués de los
brasileños, el “che” y el “vos” de los argentinos.
También me llevan a conocer
las cataratas del Iguazú y su increíble y única “garganta del diablo”. Es un
lugar de las cascadas, donde se juntan tres corrientes que vierten sus aguas en
una especie de tubo altísimo. El agua cae simultáneamente desde los tres
costados con aproximadamente 500
metros de altura y pareciera, que al caer, son como
cordilleras de agua precipitándose al vacío con pedazos de montaña que chocan
entre sí con un estruendo que hace tapar los oídos. Me dijeron que hay gente
que apenas aguanta el primer día, no el segundo del ruido infernal y se va. Me
dijeron también que algunos enloquecidos por ese ruido que no cesa las 24 horas
terminaron arrojándose al torbellino. Y hasta hubo un caso de una persona que,
enloquecida, quiso sumergirse en las aguas turbulentas para conocer los
secretos más profundos del ser humano.
Cuando volví a la Unidad , llevaba en mi
cuerpo, mi cabeza, en las manos, la vibración tremenda de esa caída de agua en
el mundo.
Miércoles – 12:00hs
Estoy abrumado por la cantidad de cosas positivas que
voy descubriendo en la Unidad
Sanitaria y su relación con la comunidad.
El hecho de que a Marta le digan cariñosamente “El
Ángel de las fronteras” significa que su labor no es solamente técnica, sino
que también tiene un gran valor humano. Ella atiende por igual a paraguayos,
brasileños y argentinos, sin distinción.
Miércoles –
13:35hs
Esperando
el regreso de la doctora, busco para charlar, a un joven médico. El asistente
Mayer, que llegó hace un mes a la
Unidad. Mientras dos jóvenes indígenas que trabajan hace un
año allí, están arreglando una puerta. Lo hacen con gran capacidad y
creatividad.
Estamos hablando, cuando de pronto, una chiquilina
viene desesperada diciendo que “la madre está muy enferma”.
El doctor Mayer le dice:
-
Voy
enseguida.
Los hermanos
indígenas dicen:
-
Doctor,
es muy lejos, en bicicleta no puede ir. Usted no conoce el camino, se puede
perder. Nosotros lo podemos llevar, así no se cansa.
Yo pienso: ¿llevarlo? ¿Cómo?
¿Al hombro? No, ¿En andas? Tampoco. Estoy pensando, cuando uno de los dos
hermanos le dice:
- Doctor lo llevamos en bote.
Pienso más intrigado: ¿en bote? ¿Cómo?
Ellos inmediatamente dicen:
- Vamos doctor, lo llevamos.
A CINCO CUADRAS, LA GARGANTA ESPERA
No estando tan seguro de cómo lo llevarían, Mayer me
mira. Su mirada me está pidiendo ayuda. Me da lástima dejarlo solo y le digo:
-
Doctor,
voy con usted.
Llegamos a la orilla del río… vemos el bote de los
hermanos atado a una estaca. Como bote ¡da pena! Es un rejunte de partes
disímiles, ensambladas. Es de fondo plano, un tablón como asiento y dos palos
largos. Éstos sirven como instrumentos de conducción. Uno de ellos está en la proa y otro en la
popa. Sorprendido, miro a Mayer. Mi sorpresa está justificada porque al terminar, el río a quinientos metros ruge
adelante sacudiendo el aire, los oídos y el cerebro. Es la Garganta
del Diablo, su ruido atronador pareciera la explosión simultánea de cien bombas
de combate. Tímidamente pregunto, esperando que digan que no.
- ¿En este bote vamos a cruzar a la orilla de
enfrente?
Los dos hermanos, al unísono, responden:
- ¡Claro! nosotros lo hacemos todos los días.
Vivimos en la otra orilla.
Uno de ellos se sube al bote, se ubica en la proa
apoyando el largo palo en el fondo del río y el otro nos invita a subir,
ayudándonos con la mano.
Al fondo, la Garganta del Diablo ruge, para mí, más potente.
Mayer me mira, yo lo miro. Nos despedimos, porque nos
llevan al cadalso… Nos ubicamos en el
tablón precario. Los hermanos se ubican: uno en la proa y otro en la popa. Entre los dos, con los palos, empiezan a hacer
avanzar el bote. Uno hunde al palo para avanzar, el otro hunde el palo para
dirigir…
El fondo del río está a la vista con sus piedras y su
arena. Resulta difícil de creer, que las aguas de ese río tan calmo, tan lento,
al terminar se transforman en el infierno que es la llamada “garganta del
diablo”.
Se dan cuenta de nuestro gran
miedo. Empiezan a explicarnos cómo navegan. Intentan calmarnos.
EL RÍO,
¿HABLA?
- Mire doctor, ¿ve ese remolino?, mi abuelo, que
era indio, le enseñó a mí padre, y mi padre me enseñó a mí: hay que entender el
idioma del río. Él nos habla y nos dice por dónde debemos ir. Habla en
remolinos y nos dice “sigan por aquí, paren aquí, vuelvan por acá, por aquí no
se pasa, apuren ahora, quédense quietos…”. El río lo dice todo, siguió
explicándonos el joven. Los indios conocían el idioma del río, nosotros no
tanto como ellos, pero lo suficiente como para cruzar y seguir vivos.
- Hubo alguna gente, dice el mayor de los
muchachos, que quiso cruzar sin conocer el idioma del río. Desgraciadamente
terminaron allá. -Y señala al fondo donde está La Garganta. Con gesto de
pena-.
Y aunque los indios fueran
geniales, yo pienso que el bote, en un descuido, puede caer en el abismo. Yo admiro la sabiduría indígena, pero
mientras vivo el peligro, el miedo es mayor que la admiración.
El bote está saliendo de un
remolino… no puede ser… enfila hacia La Garganta , ¡lo que me temía!, sigue… sigue hacia… La Garganta.. ., los muchachos
están tranquilos, pero Mayer y yo, estamos muy asustados. Muy pero muy
asustados. El rugido me golpea todo el cuerpo.
Dejan correr el bote sin
preocuparse… para nosotros, es la eternidad. ¡Y nos estamos yendo! … el bote
sigue.
Ahora el de la proa clava
bruscamente su palo y lo sujeta con fuerza. El bote empieza a dar media vuelta,
ayudado por los movimientos del muchacho
de la popa. El de la proa suelta el palo bruscamente y el bote se encamina
hacia la orilla impulsado por el otro indígena desde la popa.
Mayer está lívido, yo también.
Respiro profundamente, me voy calmando.
Y pienso, qué vueltas tiene la vida. Vine a conocer la Unidad Sanitaria y el
trabajo de la Doctora Marta
Swartz y estoy en esta aventura. Estoy metido en este peligro que me puede
costar la vida. Todo porque no quise dejar solo a Mayer. Así, de esta forma
absurda, terminan muchas vidas.
Mayer y yo ya estamos calmados, el bote se dirige a la
orilla, eso nos tranquiliza.
Comenzamos a observar atentos los remolinos de la
superficie del río, unos son más grandes, otros más chicos, unos giran en un
sentido, otros en otro. Sin duda que interpretar esos remolinos y esos giros
era conocer el secreto necesario para cruzar de una orilla a otra del río. Los
indígenas, lo conocen muy bien. Es por eso, que nosotros hoy, no fuimos a parar
a La Garganta.
Ahora estamos pisando tierra en la otra orilla. Es un
alivio para mí y para Mayer. Esto para nosotros es volver a vivir.
El comentario de los chicos es:
“Tienen que confiar más en la sabiduría
indígena”. Se dirigen a nosotros, los incrédulos.
Ellos están acomodando
el bote, Mayer me dice:
- Estoy espantado por el desprecio de la vida de
estos jóvenes. ¡No les importa morir!
- Yo también pienso que no les importa morir, hay
que tener en cuenta que ellos son indígenas y creen en la sabiduría de sus
antepasados. Por eso están tranquilos ante el peligro. Nosotros somos de otra
cultura, no creemos en lo que ellos creen, por eso entramos en pánico.
- No estoy seguro, dice Mayer, no pienso lo
mismo. Son fatalistas. Ellos piensan “nadie se muere un día antes”. “No valoran
la vida, no la valoran”, repitió desdeñosamente.
¿MÉDICO? SOY
SIEMPRE
Terminó la visita médica,
estamos de vuelta en la orilla del río. Debemos cruzar de nuevo en el bote.
Mayer me dice:
- ¿Y si a uno de los dos le da un infarto en
medio del río?
Le digo:
_ Mayer, es un pensamiento de médico que yo nunca tengo_.
_ Medico soy siempre_ me contesta.
Y agrego:
_ Nunca fui ateo, ahora, más que nunca confío en Dios_.
_ Bueno, yo también_ contestó
y nos embarcamos. El cruce fue con situaciones que prefiero olvidar.
Ya estamos en la otra orilla, Mayer me mira y dice
con picardía:
_ Si hubiéramos sido ateos ¿también hubiéramos llegado?_
Estamos de vuelta en la Unidad
Sanitaria.
La Doctora regresó. Está en la
caballeriza desensillando. Son las 17:00 horas. De todas las experiencias
raras de mi vida, ésta es la única que, cuando la cuento, no me creen. Me dicen
que la invento. Lo más notable es, que lo que para mí, fue una hazaña increíble, para ellos fue la rutina
diaria.
_ ¿No pueden cruzar de otra manera?_ Les pregunté.
_ ¿Qué quiere, que caminemos
treinta cuadras de ida y vuelta para venir a trabajar?
En esta última afirmación de los indígenas nace el segundo y último título:
Lo que para ellos es rutina, para mí, es una hazaña.
Prof. José Bullaude
Buenos Aires, Argentina.
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