Wednesday, February 12, 2014

Relato vivencial A BASTONAZOS SE SALVÓ UNA OBRA, de JOSÉ BULLAUDE




  Con sus amigos llegan, con sus amigos se van

A las ocho de la mañana, a fines de diciembre, la secretaria de la Escuela Normal del Aire, me llamó por teléfono diciendo:
_Aquí está un inspector, que se ha instalado en su oficina y dice que él es el nuevo Director, que usted ya no es más el director de la escuela._
_Está bien, Carmen, en seguida estoy allá._
¿Qué había pasado? El día anterior había renunciado el Ministro de Educación de la Provincia. Los cargos directivos, los ocupaban amigos del ministro, muchas veces sin conocimientos específicos del sector que dirigían. El nuevo ministro traía su gente. El título habilitante era la amistad. De manera que al renunciar el ministro, se iban todos los amigos nombrados por él. No era mi caso.
   
Terminar un proyecto es un triunfo. ¿Continuarlo?... ¡No sea ingenuo!

Elegí, en la colección de bastones, el más grueso. Lo había comprado en Hawai y lo usaban los brujos para correr los malos espíritus. En el camino fui recordando: yo había presentado un proyecto al Ministerio para la creación de una “Escuela Normal del Aire”. El problema básico era que habían proliferado las estaciones de televisión pequeñas. Éstas querían que el Ministerio les mandara personas para que divulgaran la cultura y la educación. Pero el Ministerio mandaba maestros, que no sabían nada de televisión y resultaba un fiasco. Por ese motivo, pensé que se podría crear una Escuela Normal del Aire, donde los maestros aprendieran televisión y pudieran actuar eficazmente, llevando al aire programas de educación formal, informal y cultural.
El proyecto fue aceptado. Hacía dos años, el ministro me había contratado la creación de la Escuela. En una semana más, la Escuela iba a terminar la formación de quince maestros capacitados para televisión. Mi intención había sido acompañar durante los dos años a los alumnos en su aprendizaje y despedirme de ellos, entregándoles sus diplomas, como egresados. Mi esperanza ahora era que me dejaran hasta terminar el curso y aceptaran después, mi renuncia. El hecho de concluir un proyecto era un triunfo. La continuidad era sueño de un lírico. Para ingenuos, no para mí.

 No me interesan sus razones

Al llegar a la escuela y entrar a mi despacho, como yo ya sabía, me encontré con un señor en mi escritorio, escribiendo.
_Buenos días señor…
No me contesta, ni me mira. Repito:
_Buenos días señor… quiero que sepa que dentro de una semana yo voy a renunciar. Quiero solamente acompañar a mis alumnos hasta el momento final en que reciben sus diplomas. Luego llamaré a un escribano público, entregaré, con inventario, todo lo que el Estado me dio en custodia._
El señor sigue escribiendo. No me mira, no me contesta y le digo:
_Yo soy el director, no he renunciado, no me han dejado cesante y por consiguiente usted está ocupando un lugar que no le corresponde, disculpe mi franqueza._
El señor levanta la cabeza, me mira y me dice:
_Usted ya no es nada. El director soy yo_.
Y siguió escribiendo.
La actitud del inspector, que sabía que yo no era director por amigo del ministro, me decía: “no moleste”. Me sentí como miles de argentinos se sienten todos los días, al ser atropellados en sus derechos. Y se resignan, pero en esa escuela yo había puesto parte de mi vida. No cabía la resignación.


Si no quiere escuchar

A esta piedra con saco y corbata, yo le había dado mis razones legales y profesionales. Yo seguía siendo el director, pero él no escuchaba mis razones “yo era nada”. Este inspector era prepotente, de mentalidad dictatorial, acostumbrado a tratar con gente sumisa. Mi conducta durante toda la vida fue respetar a los demás pero exigir que se me respete. Las vías normales estaban agotadas. Para ser respetado había otras vías, que yo conocía. Y ahora sí, debo confesar, que mi indignación, propia del que sufre injustamente una afrenta, me invadió entero. Vi allí a ese pobre burócrata, detestable. Experto en eludir el trabajo, anestesiado de expedientes. Chupamedia del que estuvo y del que sigue y preparando sus rodillas para hacer genuflexiones al que viene. Que sólo obedece y da órdenes.
Con toda la indignación de que soy capaz, pero totalmente frío por dentro, tomé el bastón y lo lancé sobre el escritorio. Cayó sobre el cristal grueso, que se partió por la mitad. Dando fuerza a mi brazo estaban los millones de argentinos que soportan atropellos peores que éste y no pueden hacer nada.
Y muchos otros atropellados sin tener quien los defienda.

Debo aclarar que esta no era la primera vez en mi vida que yo necesitaba apelar a la violencia para afirmar un derecho y exigir un poco de justicia y de respeto. Por eso estaba muy entrenado en actuar, una violencia externa, con absoluta convicción, pero manteniendo una frialdad absoluta en mis emociones. Con el vidrio roto, miré fijamente a ese montón de desperdicio humano y le dije mientras a él le saltaban los ojos de pánico:
_ Pedazo de imbécil, no sos sordo, no sos infradotado, ¿Por qué no me contestas a mis argumentos? ¿Sabés por qué no contestás? Porque sos una piedra, con el perdón de la piedra, que no sabe pensar_
 El inspector, muerto de miedo, temblaba y ahí le grité, con el bastón en alto.
_¡Esa es la puerta! Si no corres te rompo la cabeza_
 Y efectivamente salió corriendo. Cuando estaba en el pasillo, le grité:
_La secretaria te va a llevar tu portafolio. Si te ensuciaste los pantalones, a la izquierda hay un baño._
No vino nadie más. Nadie habló desde el Ministerio. Yo entregué los diplomas cuando correspondía. La noche de la entrega, cenamos todos juntos. En la  despedida surgió: “Pepe, fuiste un padre para nosotros” una vez más en mi vida, fui padre sin ningún hijo biológico.
Como correspondía, con un escribano público, entregué al Ministerio todos los bienes de la escuela. Desgraciadamente el método no convencional, dio resultado.  


Respetar y ser respetado

Un periodista, buscador de escándalos, vino a verme y le dije:
_Acá no hay nada grave. El problema es que respeto y exijo respeto. Lo cual no es usual
Mi insistencia en asistir a la entrega de diplomas, tenía un profundo significado:
Si me iba antes podía ocurrir que por cualquier razón arbitraria, decidieran no darles los diplomas, en cuyo caso, los dos años de sacrificio de los alumnos se perderían.
También podía ocurrir que al no estar yo, no se hiciera la entrega de diplomas prevista y que quedara supeditada a la decisión del próximo director. También esto era negativo para los alumnos.
Con mi actitud poco ortodoxa estaba asegurando la obra docente, a fin de que no se perdiera por un capricho absurdo de la burocracia.


El método

Ésta no fue la única vez en la que apliqué el método al que llamé “uso de la violencia psicológica no física ni armada para detener una conducta destructiva.”
En este caso, teniendo en cuenta que la vía racional no daba resultado y la arbitrariedad perjudicaría a los estudiantes y solamente cuando estaba seguro que no había otro remedio, usé la violencia controlada (el bastón sobre el vidrio, no sobre la persona). Los lenguajes, verbal y no verbal contundentes  pero también controlados, en función de  las reacciones que iba observando en el agresor. En este caso, fueron hechos elevados de tono con el fin de disuadir, no de causar daño.
El método es más complejo y exige dos capacidades básicas:
Primero, absoluto control emocional por parte de quien lo aplica, con el objeto de dirigir la situación sin caer en la violencia generalizada.
Segundo, aplicar la agresión solamente hasta el punto en que se ve que da el resultado esperado. No más. Esto es posible estando en control de sí mismo y no bajo los efectos de la ira, sino más bien, siendo completamente racional frente al conflicto. Es una estrategia que exige cierta cuota de teatralización con el propósito de dar un mensaje lo suficientemente firme y certero que persuada al oponente.

Jose Bullaude
Escritor argentino.
Email de contacto: josebullaude@gmail.com