Thursday, February 14, 2013
Ancile: SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ: AMOR Y POESÍA
Ancile: SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ: AMOR Y POESÍA: Seguimos el repaso de la poesía amorosa en la sección de Amor y poesía del blog Ancile, en la figura de una de las voces femeninas predi...
Friday, February 08, 2013
José Bullaude |
Hoy les traigo un relato vivencial muy
conmovedor narrado por el Prof. Jose Bullaude ( Buenos Aires, Argentina), quien me lo hizo
llegar por mano de otro muy querido amigo, el Prof. Jorge Estrella (Tucumán, Argentina). A sus 94 años, José Bullaude ha escrito una
de sus más grandes batallas con la vida, una lucha en la que sale victorioso
y nos deja su experiencia para todo aquel que quiera detenerse a
adquirir la sabiduría de los mayores. Espero que disfruten del
relato.
El Semáforo
Por José Bullaude
Caer, levantarse,
volver a caer
A mis 93 años, amparándome en Pitágoras, pensé
que escribiendo las calamidades que viví en la década de mis 40 años, podía
extirparlas y transformarlas en puro recuerdos, etapa previa al olvido.
Todo lo que voy a narrar, empezó con este
primer drama que dice así:
Primer acto
Dos jóvenes camioneros me llevaron, en su camión, para recorrer
todos los hospitales de La Plata. Escuchando siempre “No hay cama”. Les dije
“un transgresor me atropelló”. Uno de los muchachos, indignado, me corrigió
“¡un hijo de puta!”.
Al final, me dejaron en el último hospital. Por
compasión el jefe de guardia, me
permitió esperar tirado en una galería, sobre una frazada. Mientras esperaba y
me salpicaba la lluvia, se acercó un enfermero. Me dijo: “nadie quiere escuchar
mis poemas, todos me rechazan. ¿No quiere escucharme usted?”. Dije que sí,
mientras aguantaba el naciente dolor de la cadera y me empapaba con la lluvia.
Me leyó sus poemas, con gestos emocionales e inflexiones de voz, para
dramatizar. Su voz cavernosa, delataba los pulmones destruidos por el tabaco.
Dejo de recitar, cuando llegó Marta Mercader
para llevarme a un sanatorio de la Ciudad de Buenos Aires.
El enfermero, agradecido, me besó en la mano.
Arrodillándose en el piso me dio un beso en la frente me dijo: “lo suyo es una
pavada, vi las radiografías: fisura de cuello de fémur”.
Él era
un adulto destruido, loco de amor por un adolescente bello, que lo despreciaba.
Tercer acto
El cirujano que me operó (el segundo hijo de puta) me dijo: “es una pavada, en una hora se va”. Me tuvo en el quirófano siete horas. Me destrozó el hueso. Me desangró. Preparó minuciosamente la infección brutal que vino después y entrego mi cuerpo, al borde de la muerte, al Dr. Carlos Menegazzo. Médico al que yo no conocía y vino acompañando a su esposa, mi alumna. Menegazzo me salvó de la muerte esa noche, sacándome del coma y me acompañó durante toda mi enfermedad hasta el final como médico y amigo.
Cuarto acto
Mi actitud, frente a lo inevitable, fue
siempre: aceptar o luchar. En este caso, no había más remedio que aceptar. Me
aislé toda una tarde y toda una noche, para preparar mi cuerpo, mi mente, mis
emociones y mi persona viviendo en la nueva situación. Después me preparé para
apoyarme en todas las alternativas que la perdida de una pierna tiene. Me
preparé también, para vivir como “El rengo Pepe”.
Quinto acto
Recuerdo este acto como una luz en medio de
tanta negrura. El Dr. Menegazzo, trabajando en el Hospital Cetrángolo, descubre
que mi enfermedad se curó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial ¡con
lavandina!
En la
madrugada del día de la operación, Menegazzo, como médico de cabecera y mi tío,
que llegaba de Tucumán, como familiar, me raptaron del sanatorio y me llevaron
mi casa. Allí me curaron con lavandina.
Sexto y último acto
Después de ocho meses, de un yeso total, que me
dejó libre solamente la cabeza, los brazos y el pie izquierdo. Los ortopedistas
autorizaron empezar la recuperación.
“¡RECUPERACIÓN!”, grito yo con la energía que me daba la fuerza de la
primavera que estábamos viviendo. Los alumnos y amigos que venían a visitarme
traían flores y también energía vital de primavera. Vitalizante energía que
estaba en el aire. Se sentía la alegría de la vida viviéndose.
Mi gran expectativa por volver a caminar
empezaba a hacerse realidad. Quería incursionar por el gimnasio. Ver a mis
compañeros. Retomar mi vida de mucha actividad. Quería… quería tantas cosas…
I
Yo debía, yo podía, yo
quería volver a caminar…
Me puse en manos del mejor rehabilitador de la
Argentina. Trabajamos seis meses intensos y cordiales.
Las palabras que yo pronunciaba frecuentemente
eran:_ ¡Puedo aguantar más dolor! Siento que se puede exigir más a la pierna_
A lo cual él, sistemáticamente, respondía:
_ Es peligroso, no conviene_.
Yo quería volver a caminar. A él, le bastaba con que me levantaran de la cama, me pusieran en una silla de ruedas y luego me volvieran a la cama. Para él eso sería un milagro.
Al terminar la rehabilitación, le dije:
_Profesor, yo quiero volver a caminar.
Él me dijo con firmeza, con pasión y no ocultando su molestia por mi insistencia:
_Déjese de pensar en imposibles. Sea realista. Ni aunque Cristo se lo ordenara, usted no volverá a caminar. Se lo digo por su bien, porque su frustración, al descubrir la verdad, puede ser dolorosa. En ningún lugar de rehabilitación del mundo, podrán lograr que usted camine.
Yo sólo contra…
Todos coincidían con el rehabilitador y mi
modesto plan de recuperación, a nadie le importó. Perdí la batalla antes de
empezarla.
¿Quién era yo para tener un plan de
rehabilitación que enfrentara al mejor rehabilitador de la Argentina? Yo, un
desconocido. Yo, sin experiencia. Yo, sin título habilitante. Yo, con solo mi
obsesión por volver a caminar.
Un amigo, que se apiadó de mí, me aconsejó
dejar mi obsesión peligrosa. Podía terminar loco. Abrazándolo con ternura, le
dije:
_Querido, tenés que saber que no voy a
terminar. Soy loco. Siempre fui y lo seré. No estoy internado porque ningún
manicomio me quiere aceptar_.
Decidí consultar con el Dr. Juan Tesone,
especialista internacional en la materia y Director de CERENIL (Centro de
Rehabilitación de Niños Lisiados) institución internacionalmente reconocida.
Tesone era un amigo. Para formular mi plan, yo
había consultado con él, la parte médica que ignoraba. Además, antes de mi
accidente, había dado clases de comunicación humana en la institución.
Tesone me dijo:
_ No será acogido, ni por equivocación, dentro
de la medicina oficial. Lo que usted propone, es absolutamente personal. Hecho
por usted, para usted y con los resultados absolutamente suyos. Puede hacerlo
porque no pone en riesgo a nadie. No pide ayuda a nadie. Si lo logra, es usted.
Si no lo logra, es usted. Y nadie más que usted. He visto casos como el suyo en
Inglaterra, con soldados que no aceptaban lo que la medicina les ofrecía. En
Estados Unidos también vi un caso. Parecían milagros. Yo le diría que intente
lo que usted pretende hacer, pero siempre que tenga la asistencia de un buen
profesional para detenerlo cuando esté por cometer un error fatal_.
Hay que buscar un buen
profesional
Me entrevisté con varios profesionales hasta
que por fin apareció una mujer de 30 años (yo tenía 42) sólida, buena
experiencia profesional, físicamente fuerte, que aceptó el documento legal que
la eximia, de toda culpa por mala praxis y otras condiciones legales y
laborales. Pero al llegar al punto crítico: “la rehabilitación la hago yo”,
dijo “lo voy a pensar”.
Inmediatamente supe que no volvería… y esta
profesional me interesaba mucho. No podía perderla. Tenía que retenerla. Me
jugué entero.
Le di mi pulso. Le mostré que podía subir y
bajar las pulsaciones a voluntad. Con termómetro en mano comprobó que podía
subir y bajar la temperatura a voluntad. Y con una vela, iluminando el iris de
mi ojo, le mostré que podía abrirlo y cerrarlo a voluntad.
- Estas
prácticas… ¿forman parte de su método de rehabilitación?
- Si,
María Inés y otras maravillas que haremos juntos. Le aseguré, seductor.
Se llamaba María Inés Ferraroti, decidió
quedarse, seducida por las demostraciones y además, aguanto mis locuras hasta
el final.
En nuestro trabajo, la rebauticé como “piba”. A
mi me permitía tener autoridad sobre ella y a ella sentirse adolescente.
Después supe quien era en verdad esa mujer que
aceptaba trabajar conmigo.
II
Cómo luchar contra un
futuro negativo
Superando los dolores increíbles que tuve que
soportar para el ablandamiento y vuelta a la función normal del talón y la
rodilla derecha, la kinesióloga y yo invitamos a los lectores para que vengan a observar unas sesiones
prácticas.
¡Quiero abandonar el sillón!
Me sentaron en el sillón (¡lo odio!, lo
detesto).
Tengo que pararme por mis propios medios, me
apoyo en los brazos; hago fuerza y no puedo: necesito fortalecer las piernas.
Esto se logra con gimnasia. La estamos haciendo, pero hay que intensificarla.
Después de fortalecer piernas, vuelvo a
intentar y ahora sí, puedo ponerme de pie.
No basta, debo abandonar el sillón. Para eso
hay dos ayudantes con muletas, una a cada lado, que me las darán cuando esté de
pie.
Ya estoy apoyado en las muletas.
Después de casi un mes que estuve practicando
el equilibrio de pie, lo logré. El punto siguiente es llegar a dar un paso.
- ¡Atención! me dice la kinesióloga, puede
peder el equilibrio. Efectivamente adelanto el pie derecho y me voy tumbando
hacia la izquierda. Me sujetan los ayudantes.
- Un
momento, digo yo, quiero pensar antes de repetir el movimiento. No quiero
aprendizaje automático, sino racional.
Descubro que al adelantar el pie derecho no me
apoyé en la muleta izquierda. Quiero probar de nuevo. Corrijo y doy el primer
paso.
Aplausos de los observadores. Yo me siento
ganando una maratón. Y así, el segundo, el tercero y el cuarto...
La kinesióloga me ofrece que me lleven alzando
hasta el sillón. Le digo que no:
- Sí he
podido llegar, tengo que encontrar la forma de volver. Debo aprender por prueba
y error.
¡No llegó mi cuerpo, LLEGÓ MÍ VOLUNTAD!
Otro aplauso.
Tao Te Ching 46:
Servirse de la propia
luz para retornar a la luz
Apoyo psicológico.
Peligro. Seguridad. Miedo
Ya camino 20 pasos solo y con muletas. Pero con
alguien a la par. Ahora quiero caminar, pero sin la seguridad psicológica que
da la compañía. Como hay un largo pasillo hasta el ascensor, quiero caminar por
él.
-Ustedes estarán esperando, cada uno en un
extremo, digo a los ayudantes. No me acompañarán.
La kinesióloga dice:
- Es peligroso
Respondo:
- ¿Qué es peligroso? ¡Qué gracia!, ya lo sé.
Decime ¿Cuáles son las conductas de seguridad para aplicarlas?
Me responde:
- En este caso tirar las muletas y apoyarse en
las paredes.
Empiezo en un extremo del pasillo, voy
caminando solo. Sin que nadie me proteja. Yo quería vivir esta experiencia. La
estoy viviendo. Me hace mucho bien.
De pronto una muleta resbala. Me voy, me voy…
tiro las dos muletas… abro las manos y las lanzo firmes contra las paredes.
Así me quedo. Tranquilo. Espero. Me vienen a
buscar.
_¿Qué pasó con el miedo?_ Me pregunta la
kinesióloga.
Respondo:
_ Sabiendo lo que va a pasar, hay menos miedo y
hasta podría no haberlo_.
Pero
si el hecho se presentara sorpresivamente, hay miedo. Muchas veces, más
adelante, hubo verdaderos miedos sorpresivos.
III
Todos los peligros
juntos, todos, todos…
¿Planear? no. ¿Desafiar? sí.
Ya camino con muletas en mi departamento. Me
desplazo bastante bien.
La kinesióloga me ha preparado un plan, de
intentos progresivos para ir recuperándome. Pero yo ignoro el plan. Quiero
salir a la calle porque es un gran desafío. El plan es muy lento.
Sé de las veredas rotas, de la gente que te
atropella sin verte; del que corre el colectivo, las zanjas abiertas en las
veredas y un montón de peligros más.
En el plan de la kinesióloga, la salida a la
calle, está para mucho más adelante.
Yo quiero ir a la calle, dije un día.
Y la calle era nada menos que: Avenida
Corrientes y Lavalle. Pleno centro de Buenos Aires.
Comentario interior de la kinesióloga al
escucharme:
- “Para qué va a elegir este señor la calle más
fácil. A él le gusta complicarse, elegirá la más difícil ¿Para qué hice este
plan?”
Dos días después, sacando pecho y orgulloso,
porque estoy aventurándome a lo que no está previsto… ¡el peligro! estoy en la
calle.
Camino por Callao. Llego a la esquina de
Corrientes, descubro un hueco. Es la
boca del subterráneo. Me atrae ese hueco que se hunde en la tierra. No lo puedo
evitar. Siento como si me chupara todo el cuerpo y además, al llegar, descubro…
¡hay escaleras! No había pensado en bajar escaleras. ¡Claro!, bajar escaleras.
Eso es importante. Pero es un desafío inesperado. No importa, me siento fuerte.
Quiero el peligro, es una amenaza. Quiero bajar las escaleras.
(Comentario interior de la kinesióloga) “me lo
esperaba…”
Eso no está previsto en el plan, me recuerda
María Inés.
Es cierto, contesté. Pero puedo hacerlo. Los
planes no son para mí. Los desafíos, sí.
La kinesióloga, replica:
- Todavía usted no está en condiciones. ¿Que le parece si lo dejamos
para más adelante?
Trato de contenerme para no ponerme histérico,
pero no puedo. Y desgraciadamente… respondo con violencia:
“Eso es teoría. A mí, las teorías me importan
un comino. Son para los otros, no para mí. Yo quiero práctica, no teoría. El
miedo que paraliza a los otros, a mi me levanta, me desafía.
Por el agujero de la escalera, no veo a gente
que corre. Me atrapa.
Y
decidido, me encamino, caminando con dos muletas, hacia una experiencia
insólita, no esperada: la boca del subte. Llego a la escalera… ¡gran sorpresa!
Golpe emocional.
No recordaba lo que ahora descubro: entre un
escalón y otro hay bastante distancia. Pero no me hecho atrás por eso. No me importa.
Es un desafío y en definitiva… ¡¡La rehabilitación la hago yo ¿Qué se creen?!!
Por eso, aunque la distancia entre escalones es muy grande… lo mismo me largo.
Adentrándome en el
infierno
Pongo una muleta en el escalón de abajo. Esa
posición, me doy cuenta, no sirve. Me desequilibra. Me sujeto con la mano en la
baranda de la escalera. Ahora sostengo
la posición, pero hay algo nuevo, mi equilibrio es inestable. Así no puedo
estar. No conviene, Debo bajar la otra pierna al escalón de abajo; porque si me
quedo así, puedo caerme y tal vez, seguro me caigo.
Se ofrecen a bajarme.
¡No quiero que me bajen! Grito. Ustedes están
solamente para cuidarme ¡quiero bajar… yo solo!...
Los muchachos están ya acostumbrados a mis
gritos de soberbia y sienten una mezcla de lástima y admiración. Pero me
obedecen. Les llama la atención este hombre en la situación mía, que está
intentando hacer cosas imposibles y que
a veces, lo logra.
Intento bajar la otra pierna, descubro que es
difícil.
_¡Caramba!… estoy en mala posición, no lo
esperaba. Es peligrosa, pienso. Tengo que bajar la otra pierna
indefectiblemente_.
Digo con bronca, pero resignado:
- ¡Cuídenme, pero cuidadito, no me bajen!
Un muchacho grandote, alegre, sube tarareando
las escaleras. Me mira y viene a ayudarme. Los ayudantes no lo dejan. Él dice:
_Se va a romper la cabeza_.
La kinesióloga le comenta:
_ No te preocupés muchacho, todavía no se
inventó el martillo capaz de hacerlo_.
Todos se ríen. Yo también.
Él me mira, luego le hago un gesto de “no
importa”.
Vuelve a subir tarareando las escaleras, le
grito:
_ Gracias hermano_.
Sin darse vuelta, moviendo una mano y
tarareando, hace con los dedos la V de la Victoria.
Con gran peligro, bajo la otra pierna hasta el
escalón inferior...
Al bajar la pierna pensé: todo este operativo
me sirve para aprender. Me arriesgué, pero aprendí por prueba y error. Para mí,
no puedo aprender por otro método.
Como un niño caprichoso digo:
_ Ahora quiero el otro escalón _ sabiendo que
es inútil, pero mi orgullo no cede.
La kinesióloga viendo mi fracaso, toma fuerza y
me dice con autoridad:
- ¡Basta por hoy!
Le respondo con mi grito de guerra, del que
está vencido, pero sigue peleando:
- ¡La rehabilitación la hago yo! ¡Yo, yo!
Y bajo el escalón. Esa decisión de bajar el
escalón desencadeno toda una seria de problemas posteriores.
IV
Humillarse
es perfeccionarse
Usted intentó lo
imposible
Quiero subir. No puedo, es lo que la
kinesióloga esperaba. Me mira con compasión.
Me quedo pensando, luego busco la forma de cómo
subir… busco la forma de hacerlo, busco, busco… pruebo de muchas maneras.
Al final, miro a María Inés, bajo la cabeza y
le digo:
- Me rindo.
María Inés me contesta exaltada con mezcla de
admiración, compasión y estimulo. Está nerviosa, le tiemblan levemente las
manos ¿está cambiada?:
- No, para mí usted no se rindió. Por favor no
se rinda nunca, dijo con pasión. Usted no es de los que se rinden. Usted
intentó lo imposible, insistió con firmeza, valorando mi actitud rebelde.
Le digo, en voz baja, con resignación:
- Piba, cometí el error que yo siempre enseñé a
evitar: no hay que entrar, sin saber, antes, si se podrá salir. Yo no debí
bajar sin saber antes si podía subir.
Luego, con gestos de vencido digo a los
ayudantes:
- Me rendí, dense el gusto, súbanme alzado.
Mirando a la kinesióloga le digo:
- “Ganaste… por ahora”.
Todos se ríen muy contentos. Gran alegría.
Clima general de euforia.
¿Enemigo y aliado?
Este episodio de la escalera me obligó a pensar
largamente. Y descubrí aspectos desconocidos de la conducta de la “piba”.
Indudablemente yo estaba en una lucha a fondo,
entre volver a caminar o no hacerlo.
Contaba con la ayuda de María Inés. Mi actitud era dual. Por un lado la
respetaba como profesional y por otro lado la tenia siempre corta, echándole en
cara su profesionalidad que comparándola mis actitudes curadora-practica era
teoría y recalcándole que lo mío era superior. Yo estaba haciendo el juego del
que domina, pero que necesita al dominado.
Luego, hablé con María Inés y le dije:
_ Piba, perdoname si a veces soy muy duro con
vos. No es que no valore tu apoyo importante. No es que no seas indispensable
para mí. Pero yo necesito afirmarme en contra de algo para poder ganar. Y mi
contra es la rehabilitación oficial. Porque yo la estoy queriendo vencer. La
rehabilitación que vos representás, es mi enemiga. Y yo tengo que vencerla para
poder caminar.
_ Piba, sos mi aliada y mi enemiga a la vez_.
Ella me dijo:
_ Don pepe, no me explique lo que está muy
claro. Yo tengo que hacer mi papel y usted el suyo y cuídese de no hacerlo
bien, atacándome fuerte. Cuídese si al final del trabajo no camina, porque seré
yo, la que me vengaré… pero de una manera cruel, muy cruel_. Y agregó:
_ Combátame. Póngase en contra mío, por favor,
pero gane. Yo necesito más que usted, que gane. Sépalo de una vez: ¡por eso
estoy aquí!_
Tao Te Ching 22:
Humillarse es
perfeccionarse.
Ese día descubrí que la piba era algo más que
una excelente kinesióloga y una buena profesional reconocida por sus colegas.
La piba, era una mujer sabia. Yo lo ignoraba. Ese día, lo descubrí.
Después descubriría otras cosas increíbles de
la piba.
V
Todo lo que tiene un comienzo,
tiene un fin
Despedida con verdades
duras, fuertes, cordiales… esclarecedoras
Con “mí método” de rehabilitación, totalmente
antiacadémico (que en realidad no era ningún método, sino una serie de
operaciones difíciles, que solamente yo, y algún otro loco como yo, podíamos
inventar) y contra todos los pronósticos de profesionales y de incrédulos,
volví a caminar.
También con mis intuiciones y algunos
conocimientos transferidos de mi experiencia de acróbata, más el sentido común.
Y así, no de otra manera, finalmente caminé.
Dicen que Buda dijo “todo lo que tiene
comienzo, tendrá un fin”, y quizás por eso, tenía que terminar aquella
maravillosa experiencia que estábamos haciendo María Inés y yo unidos. Ella
para defender un método al que yo debía atacar, para poder de esta manera
caminar.
Experiencia en la cual mi intensa, conflictiva,
creadora, y fascinante relación con la kinesióloga, después de un largo y
inolvidable proceso, llegó a su fin.
Con la “piba” lo convenido fue, como ya se
dijo:
- “La rehabilitación la hago yo y vos me parás
un minuto antes de la catástrofe”.
- Mis gritos de dolor no te tienen que importar
un comino y vos me acompañas en mis locuras. Tené en cuenta que tengo
experiencia acrobática. Sé medir el riesgo, aunque el espectador se asuste”.
El Adiós
Pasado el tiempo, la rehabilitación terminó,
con Buda o sin Buda, había que decidirse al intenso adiós que veníamos
postergando. Le dije:
- Piba maravillosa, si yo camino es por vos.
Sin vos no hubiera caminado. Te elegí mujer, sabelo bien, porque un varón, al primer encontronazo, me
hubiera aconsejado internarme al manicomio o me mandaba a visitar a mis
ancestros.
- Don Pepe, se descargó con fundamentada
fuerza, usted es un cabeza dura, un masoquista, un asesino de su cuerpo, un
peligro social. ¿Por qué es demasiado distinto a los demás? ¿Por qué es tan
raro?
Yo contesté tranquilo:
- ¿Por
qué? No sé, pero le doy gracias a Dios de serlo. Ser como los demás me
resultaría muy aburrido.
Ella me replicó:
- Siempre
petulante, nunca va a cambiar. Además, encuentra justificación para todo. No
quiere perder nunca. Usted puede llegar al absurdo de jugarse la vida por una
rareza a la cual nadie le daría importancia. Tengo la obligación de decírselo
yo, para que lo sepa. Porque los otros no se animan, o lo que es peor, usted no
les importa un comino. Deje de lado su soberbia, pierda alguna vez, no se
enorgullezca de ser raro.
Yo contesté:
- Gracias por todo lo que me decís. Es muy
valioso. Formará parte de la rehabilitación. Quiero que sepás que para mí,
volver a caminar, fue como para Ulises, regresar a su isla. En mi vida, éste
fue mi Camino del Héroe.
Con sonrisa sobradora me paró:
- No se escape otra vez más, en eso usted es un
campeón. No borre sus defectos, cubriéndose con un héroe intocable. ¡Usted no
es ningún héroe! Es un tipo raro y audaz. ¡Y
nada más!
Con calma contesté:
- Todos esos defectos y rarezas, y además mi
autoestima muy alta, me permitieron volver a caminar... Sin esos defectos, me
hubiera quedado en el sillón de ruedas.
Ella no se aplacó:
_ No, usted se engaña. Usted volvió a caminar y
no se quebró la columna haciendo barbaridades, como las que hacía ¿sabe por qué?
Por esas cosas raras hindúes que le permitieron regular hasta el último músculo
y por el increíble autocontrol mental que tuvo durante la rehabilitación. En
eso usted es único. Ese sí es un merito.
Se lo
digo de una sola vez: Usted no tiene un Dios aparte. Tiene aparte esas rarezas
hindúes que me mostró el primer día y que me parecían trucos mágicos y no lo
son y que le ayudaron muchísimo para salir de peligros increíbles. Su soberbia,
su autoestima muy alto y su autocontrol, son la misma cosa.
Tal vez
su secreto sea un hindú escondido en algún lado, nunca se sabrá. Un hindú que
cuando todos se desmayan de dolor, él grita como animal herido… pero no se
desmaya. Que siente cada milímetro de la articulación cuando la mueve y puede
decir si ese movimiento mínimo dañó el hueso o no. Y así ir avanzando y
describir que había errores que nosotros, como profesionales, aceptamos como
verdades. Que el prejuicio y el miedo nos impedían hacer recuperaciones como
las que usted logró. Su hindú me enseñó a no creer en lo que se dice sin
comprobarlo y que el miedo paraliza. Por eso yo me quedé acá. Aguantando sus
locuras, sus insultos, sus gritos. Por eso estamos ahora diciendo…_
En ese momento ya ninguno de los dos podía
contener las lágrimas, nos abrazamos y lloramos como seres perdidos,
trasladados a otro mundo. Un mundo sin tiempo y sin dualidades. Donde ellos y
sus almas podían unirse en un gran amor para siempre. Un solo ser en dos
personas diferentes.
Tao Te Ching 16:
Regresar al origen se llama tranquilidad.
VI
¿Y algo más?
Mis amigos saben cómo fue nuestra despedida. Se
la conté a todos.
Pero días atrás, por pedido de ellos, la
escribí:
“Piba, recuerdo tus palabras como si las
estuvieras diciendo ahora, porque me sirvieron y sirven, para mi rehabilitación
espiritual.
Ahora me doy cuenta que nuestra experiencia fue
hace cincuenta años. ¡Cuánto tiempo!
Medio
siglo. Nunca supe nada de vos, debés estar transitando la década de los ochenta
años.
Mañana, quince de enero del 2012, llegaré a los
noventa y tres años. Me presentaré en el acto sentado en el sillón de ruedas,
un trono antiguo, el que me destinaron hace mucho tiempo atrás y me negué a
ocupar.
Pero,
hijo pródigo incurable, ahora claudiqué.
Llegaré,
para instalarme en los noventa y tres años. En el reino de la vejez, en sillón de ruedas. Que
es el mismo reino ¿te acordás? en el que querían ponerme a los cuarenta y vos
me ayudaste a salir. Si yo creyera en la
fatalidad diría: el sillón que rechacé a los cuarenta ya no puedo rechazar a
los noventa. El sillón, aliado con el tiempo, estaba esperando su momento y
ganó… El tiempo, siempre el tiempo, siempre…
Piba maravillosa, mujer sabia, por todo lo que
te debo y por mucho más… Gracias y adiós.”
Tao Te Ching 22:
Las cosas grandes en
el mundo
deben comenzar desde
lo pequeño.
Un amigo fatalista me dijo:
Cuando naciste, había un sillón de ruedas en tu
vida. Ese sillón estaba en tu destino, no lo podías sacar. Lo único que podías
hacer, era cambiarlo de lugar. Y es lo que hiciste. Esa es tu gran hazaña.
Prof.
José Bullaude
(Tucumán, Argentina. 2013)Poema de Mónica Mera (Tucuman, Argentina): La Trenza
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Wednesday, February 06, 2013
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