Friday, February 08, 2013

José Bullaude

Hoy les traigo un relato vivencial muy conmovedor  narrado por el Prof. Jose Bullaude ( Buenos Aires, Argentina), quien me lo hizo llegar por mano de otro muy querido amigo, el Prof. Jorge Estrella (Tucumán, Argentina). A sus 94 años, José Bullaude ha escrito una de sus más grandes batallas con la vida, una lucha en la que sale victorioso y nos deja su experiencia  para todo aquel que quiera detenerse a adquirir la sabiduría de los mayores.  Espero que disfruten del relato.


El Semáforo
Por José Bullaude



Caer, levantarse, volver a caer

 Los discípulos de Pitágoras, dijeron que el maestro dijo “el pensamiento que se escribe, muere. Y quedan cadáveres” Una posible interpretación de esta afirmación, es que la escritura impide la comunicación viva del pensamiento, por eso muere. Otra interpretación es que al ser escrito el pensamiento, se amortaja, se atrofia.

A mis 93 años, amparándome en Pitágoras, pensé que escribiendo las calamidades que viví en la década de mis 40 años, podía extirparlas y transformarlas en puro recuerdos, etapa previa al olvido.

Todo lo que voy a narrar, empezó con este primer drama que dice así:

Primer acto

 Fue en la Ciudad de La Plata. Una noche de lluvia torrencial. Yo cruzaba una esquina, con semáforo de luz verde… y estando en medio de la calzada, recibí un tremendo impacto de un automóvil que venía a gran velocidad. Sin luces. El impacto me tiró por el aire. En el aire, mi cuerpo de acróbata reaccionó, automáticamente, con la técnica correcta y caí, salvando de daños la cabeza y la columna. No pude evitar el daño en mi cadera. Así, un transgresor del semáforo, fue el que puso punto inicial a todas estas historias.

 Segundo acto

Dos jóvenes camioneros  me llevaron, en su camión, para recorrer todos los hospitales de La Plata. Escuchando siempre “No hay cama”. Les dije “un transgresor me atropelló”. Uno de los muchachos, indignado, me corrigió “¡un hijo de puta!”.

Al final, me dejaron en el último hospital. Por compasión el jefe de guardia,  me permitió esperar tirado en una galería, sobre una frazada. Mientras esperaba y me salpicaba la lluvia, se acercó un enfermero. Me dijo: “nadie quiere escuchar mis poemas, todos me rechazan. ¿No quiere escucharme usted?”. Dije que sí, mientras aguantaba el naciente dolor de la cadera y me empapaba con la lluvia. Me leyó sus poemas, con gestos emocionales e inflexiones de voz, para dramatizar. Su voz cavernosa, delataba los pulmones destruidos por el tabaco.

Dejo de recitar, cuando llegó Marta Mercader para llevarme a un sanatorio de la Ciudad de Buenos Aires.

El enfermero, agradecido, me besó en la mano. Arrodillándose en el piso me dio un beso en la frente me dijo: “lo suyo es una pavada, vi las radiografías: fisura de cuello de fémur”.

 Él era un adulto destruido, loco de amor por un adolescente bello, que lo despreciaba.


Tercer acto

     El cirujano que me operó (el segundo hijo de puta) me dijo: “es una pavada, en una hora se va”. Me tuvo en el quirófano siete horas. Me destrozó el hueso. Me desangró. Preparó minuciosamente la infección brutal que vino después y entrego mi cuerpo, al borde de la muerte, al Dr. Carlos Menegazzo. Médico al que yo no conocía y vino acompañando a su esposa, mi alumna. Menegazzo me salvó de la muerte esa noche, sacándome del coma y me acompañó durante toda mi enfermedad hasta el final como médico y amigo.


Cuarto acto

 La infección del hueso vino fatalmente, como estaba prevista: “osteomielitis ósea”, no hay antibiótico. Es necesario amputar la pierna derecha.

Mi actitud, frente a lo inevitable, fue siempre: aceptar o luchar. En este caso, no había más remedio que aceptar. Me aislé toda una tarde y toda una noche, para preparar mi cuerpo, mi mente, mis emociones y mi persona viviendo en la nueva situación. Después me preparé para apoyarme en todas las alternativas que la perdida de una pierna tiene. Me preparé también, para vivir como “El rengo Pepe”.


Quinto acto

Recuerdo este acto como una luz en medio de tanta negrura. El Dr. Menegazzo, trabajando en el Hospital Cetrángolo, descubre que mi enfermedad se curó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial ¡con lavandina!

 En la madrugada del día de la operación, Menegazzo, como médico de cabecera y mi tío, que llegaba de Tucumán, como familiar, me raptaron del sanatorio y me llevaron mi casa. Allí me curaron con lavandina.

Sexto y último acto

Después de ocho meses, de un yeso total, que me dejó libre solamente la cabeza, los brazos y el pie izquierdo. Los ortopedistas autorizaron empezar la recuperación.

  “¡RECUPERACIÓN!”, grito yo con la energía que me daba la fuerza de la primavera que estábamos viviendo. Los alumnos y amigos que venían a visitarme traían flores y también energía vital de primavera. Vitalizante energía que estaba en el aire. Se sentía la alegría de la vida viviéndose.

Mi gran expectativa por volver a caminar empezaba a hacerse realidad. Quería incursionar por el gimnasio. Ver a mis compañeros. Retomar mi vida de mucha actividad. Quería… quería tantas cosas…

I

Yo debía, yo podía, yo quería volver a caminar…

Me puse en manos del mejor rehabilitador de la Argentina. Trabajamos seis meses intensos y cordiales.
Las palabras que yo pronunciaba frecuentemente eran:
_ ¡Puedo aguantar más dolor! Siento que se puede exigir más a la pierna_
A lo cual él, sistemáticamente, respondía:
_ Es peligroso, no conviene_.
Yo quería volver a caminar.  A él, le bastaba con que me levantaran de la cama, me pusieran en una silla de ruedas y luego me volvieran a la cama. Para él eso sería un milagro.
Al terminar la rehabilitación, le dije:
_Profesor, yo quiero volver a caminar.
Él me dijo con firmeza, con pasión y no ocultando su molestia por mi insistencia:
_Déjese de pensar en imposibles. Sea realista. Ni aunque Cristo se lo ordenara, usted no volverá a caminar. Se lo digo por su bien, porque su frustración, al descubrir la verdad, puede ser dolorosa. En ningún lugar de rehabilitación del mundo, podrán lograr que usted camine.  


Yo sólo contra…

 Después que el rehabilitador se fuera y me dejara su sentencia terminante, indiscutible “no podrá caminar”, empezaron las opiniones de amigos, alumnos, médicos, vecinos…

Todos coincidían con el rehabilitador y mi modesto plan de recuperación, a nadie le importó. Perdí la batalla antes de empezarla.

¿Quién era yo para tener un plan de rehabilitación que enfrentara al mejor rehabilitador de la Argentina? Yo, un desconocido. Yo, sin experiencia. Yo, sin título habilitante. Yo, con solo mi obsesión por volver a caminar.

Un amigo, que se apiadó de mí, me aconsejó dejar mi obsesión peligrosa. Podía terminar loco. Abrazándolo con ternura, le dije:

_Querido, tenés que saber que no voy a terminar. Soy loco. Siempre fui y lo seré. No estoy internado porque ningún manicomio me quiere aceptar_.

 En mi vida, cuando me enfrenté con lo irrevocable (cuando me querían amputar la pierna) acepté. No había posibilidad de luchar. Pero acá se puede luchar y no lo acepto bajando los brazos.

Decidí consultar con el Dr. Juan Tesone, especialista internacional en la materia y Director de CERENIL (Centro de Rehabilitación de Niños Lisiados) institución internacionalmente reconocida.

Tesone era un amigo. Para formular mi plan, yo había consultado con él, la parte médica que ignoraba. Además, antes de mi accidente, había dado clases de comunicación humana en la institución.

Tesone me dijo:

_ No será acogido, ni por equivocación, dentro de la medicina oficial. Lo que usted propone, es absolutamente personal. Hecho por usted, para usted y con los resultados absolutamente suyos. Puede hacerlo porque no pone en riesgo a nadie. No pide ayuda a nadie. Si lo logra, es usted. Si no lo logra, es usted. Y nadie más que usted. He visto casos como el suyo en Inglaterra, con soldados que no aceptaban lo que la medicina les ofrecía. En Estados Unidos también vi un caso. Parecían milagros. Yo le diría que intente lo que usted pretende hacer, pero siempre que tenga la asistencia de un buen profesional para detenerlo cuando esté por cometer un error fatal_.


Hay que buscar un buen profesional

Me entrevisté con varios profesionales hasta que por fin apareció una mujer de 30 años (yo tenía 42) sólida, buena experiencia profesional, físicamente fuerte, que aceptó el documento legal que la eximia, de toda culpa por mala praxis y otras condiciones legales y laborales. Pero al llegar al punto crítico: “la rehabilitación la hago yo”, dijo “lo voy a pensar”.

Inmediatamente supe que no volvería… y esta profesional me interesaba mucho. No podía perderla. Tenía que retenerla. Me jugué entero.

Le di mi pulso. Le mostré que podía subir y bajar las pulsaciones a voluntad. Con termómetro en mano comprobó que podía subir y bajar la temperatura a voluntad. Y con una vela, iluminando el iris de mi ojo, le mostré que podía abrirlo y cerrarlo a voluntad.

-              Estas prácticas… ¿forman parte de su método de rehabilitación?

-              Si, María Inés y otras maravillas que haremos juntos. Le aseguré, seductor.

Se llamaba María Inés Ferraroti, decidió quedarse, seducida por las demostraciones y además, aguanto mis locuras hasta el final.

En nuestro trabajo, la rebauticé como “piba”. A mi me permitía tener autoridad sobre ella y a ella sentirse adolescente.

Después supe quien era en verdad esa mujer que aceptaba trabajar conmigo.


II

Cómo luchar contra un futuro negativo


Superando los dolores increíbles que tuve que soportar para el ablandamiento y vuelta a la función normal del talón y la rodilla derecha, la kinesióloga y yo invitamos a los lectores  para que vengan a observar unas sesiones prácticas.

¡Quiero abandonar el sillón!

Me sentaron en el sillón (¡lo odio!, lo detesto).

Tengo que pararme por mis propios medios, me apoyo en los brazos; hago fuerza y no puedo: necesito fortalecer las piernas. Esto se logra con gimnasia. La estamos haciendo, pero hay que intensificarla.

Después de fortalecer piernas, vuelvo a intentar y ahora sí, puedo ponerme de pie.

No basta, debo abandonar el sillón. Para eso hay dos ayudantes con muletas, una a cada lado, que me las darán cuando esté de pie.

Ya estoy apoyado en las muletas.

Después de casi un mes que estuve practicando el equilibrio de pie, lo logré. El punto siguiente es llegar a dar un paso.

-                 ¡Atención! me dice la kinesióloga, puede peder el equilibrio. Efectivamente adelanto el pie derecho y me voy tumbando hacia la izquierda. Me sujetan los ayudantes.

-              Un momento, digo yo, quiero pensar antes de repetir el movimiento. No quiero aprendizaje automático, sino racional.

Descubro que al adelantar el pie derecho no me apoyé en la muleta izquierda. Quiero probar de nuevo. Corrijo y doy el primer paso.

Aplausos de los observadores. Yo me siento ganando una maratón. Y así, el segundo, el tercero y el cuarto...

 Otro día, repito la operación. Paro ahí, me tiemblan las piernas. ¿Por qué? Me excedí.

La kinesióloga me ofrece que me lleven alzando hasta el sillón. Le digo que no:

 - Sí he podido llegar, tengo que encontrar la forma de volver. Debo aprender por prueba y error.

 Me giran y yo empiezo, a duras penas: un paso y no me caí; otro paso y casi me caigo, pero no; el último llegó.

¡No llegó mi cuerpo, LLEGÓ MÍ VOLUNTAD!

Otro aplauso.


Tao Te Ching 46:
Servirse de la propia luz para retornar a la luz


Apoyo psicológico. Peligro. Seguridad. Miedo

Ya camino 20 pasos solo y con muletas. Pero con alguien a la par. Ahora quiero caminar, pero sin la seguridad psicológica que da la compañía. Como hay un largo pasillo hasta el ascensor, quiero caminar por él.

-Ustedes estarán esperando, cada uno en un extremo, digo a los ayudantes. No me acompañarán.

La kinesióloga dice:

- Es peligroso

Respondo:

- ¿Qué es peligroso? ¡Qué gracia!, ya lo sé. Decime ¿Cuáles son las conductas de seguridad para aplicarlas?

Me responde:

- En este caso tirar las muletas y apoyarse en las paredes.

Empiezo en un extremo del pasillo, voy caminando solo. Sin que nadie me proteja. Yo quería vivir esta experiencia. La estoy viviendo. Me hace mucho bien.

De pronto una muleta resbala. Me voy, me voy… tiro las dos muletas… abro las manos y las lanzo firmes contra las paredes.

Así me quedo. Tranquilo. Espero. Me vienen a buscar.

_¿Qué pasó con el miedo?_ Me pregunta la kinesióloga.

Respondo:

_ Sabiendo lo que va a pasar, hay menos miedo y hasta podría no haberlo_.

   Pero si el hecho se presentara sorpresivamente, hay miedo. Muchas veces, más adelante, hubo verdaderos miedos sorpresivos.



III

Todos los peligros juntos, todos, todos…


¿Planear? no. ¿Desafiar? sí.

Ya camino con muletas en mi departamento. Me desplazo bastante bien.

La kinesióloga me ha preparado un plan, de intentos progresivos para ir recuperándome. Pero yo ignoro el plan. Quiero salir a la calle porque es un gran desafío. El plan es muy lento.

Sé de las veredas rotas, de la gente que te atropella sin verte; del que corre el colectivo, las zanjas abiertas en las veredas y un montón de peligros más.

En el plan de la kinesióloga, la salida a la calle, está para mucho más adelante.

Yo quiero ir a la calle, dije un día.

Y la calle era nada menos que: Avenida Corrientes y Lavalle. Pleno centro de Buenos Aires.

Comentario interior de la kinesióloga al escucharme:

- “Para qué va a elegir este señor la calle más fácil. A él le gusta complicarse, elegirá la más difícil ¿Para qué hice este plan?”


Dos días después, sacando pecho y orgulloso, porque estoy aventurándome a lo que no está previsto… ¡el peligro! estoy en la calle.

Camino por Callao. Llego a la esquina de Corrientes, descubro un hueco. Es  la boca del subterráneo. Me atrae ese hueco que se hunde en la tierra. No lo puedo evitar. Siento como si me chupara todo el cuerpo y además, al llegar, descubro… ¡hay escaleras! No había pensado en bajar escaleras. ¡Claro!, bajar escaleras. Eso es importante. Pero es un desafío inesperado. No importa, me siento fuerte. Quiero el peligro, es una amenaza. Quiero bajar las escaleras.

(Comentario interior de la kinesióloga) “me lo esperaba…”

Eso no está previsto en el plan, me recuerda María Inés.

Es cierto, contesté. Pero puedo hacerlo. Los planes no son para mí. Los desafíos, sí.

La kinesióloga, replica:

- Todavía usted no está  en condiciones. ¿Que le parece si lo dejamos para más adelante?

Trato de contenerme para no ponerme histérico, pero no puedo. Y desgraciadamente… respondo con violencia:

“Eso es teoría. A mí, las teorías me importan un comino. Son para los otros, no para mí. Yo quiero práctica, no teoría. El miedo que paraliza a los otros, a mi me levanta, me desafía.

Por el agujero de la escalera, no veo a gente que corre. Me atrapa.

  Y decidido, me encamino, caminando con dos muletas, hacia una experiencia insólita, no esperada: la boca del subte. Llego a la escalera… ¡gran sorpresa! Golpe emocional.

No recordaba lo que ahora descubro: entre un escalón y otro hay bastante distancia. Pero no me hecho atrás por eso. No me importa. Es un desafío y en definitiva… ¡¡La rehabilitación la hago yo ¿Qué se creen?!! Por eso, aunque la distancia entre escalones es muy grande… lo mismo me largo.


Adentrándome en el infierno


Pongo una muleta en el escalón de abajo. Esa posición, me doy cuenta, no sirve. Me desequilibra. Me sujeto con la mano en la baranda de la escalera. Ahora  sostengo la posición, pero hay algo nuevo, mi equilibrio es inestable. Así no puedo estar. No conviene, Debo bajar la otra pierna al escalón de abajo; porque si me quedo así, puedo caerme y tal vez, seguro me caigo.

Se ofrecen a bajarme.

¡No quiero que me bajen! Grito. Ustedes están solamente para cuidarme ¡quiero bajar… yo solo!...

Los muchachos están ya acostumbrados a mis gritos de soberbia y sienten una mezcla de lástima y admiración. Pero me obedecen. Les llama la atención este hombre en la situación mía, que está intentando hacer cosas imposibles y  que a veces, lo logra.

Intento bajar la otra pierna, descubro que es difícil.

_¡Caramba!… estoy en mala posición, no lo esperaba. Es peligrosa, pienso. Tengo que bajar la otra pierna indefectiblemente_.

Digo con bronca, pero resignado:

- ¡Cuídenme, pero cuidadito, no me bajen!

Un muchacho grandote, alegre, sube tarareando las escaleras. Me mira y viene a ayudarme. Los ayudantes no lo dejan. Él dice:

_Se va a romper la cabeza_.

La kinesióloga le comenta:

_ No te preocupés muchacho, todavía no se inventó el martillo capaz de hacerlo_.

Todos se ríen. Yo también.

Él me mira, luego le hago un gesto de “no importa”.

Vuelve a subir tarareando las escaleras, le grito:

_ Gracias hermano_.

Sin darse vuelta, moviendo una mano y tarareando, hace con los dedos la V de la Victoria.

Con gran peligro, bajo la otra pierna hasta el escalón inferior...

Al bajar la pierna pensé: todo este operativo me sirve para aprender. Me arriesgué, pero aprendí por prueba y error. Para mí, no puedo aprender por otro método.

Como un niño caprichoso digo:

_ Ahora quiero el otro escalón _ sabiendo que es inútil, pero mi orgullo no cede.

La kinesióloga viendo mi fracaso, toma fuerza y me dice con autoridad:

- ¡Basta por hoy!

Le respondo con mi grito de guerra, del que está vencido, pero sigue peleando:

- ¡La rehabilitación la hago yo! ¡Yo, yo!

Y bajo el escalón. Esa decisión de bajar el escalón desencadeno toda una seria de problemas posteriores.


IV

Humillarse es perfeccionarse


Usted intentó lo imposible


Quiero subir. No puedo, es lo que la kinesióloga esperaba. Me mira con compasión.

Me quedo pensando, luego busco la forma de cómo subir… busco la forma de hacerlo, busco, busco… pruebo de muchas maneras.

Al final, miro a María Inés, bajo la cabeza y le digo:

- Me rindo.

María Inés me contesta exaltada con mezcla de admiración, compasión y estimulo. Está nerviosa, le tiemblan levemente las manos ¿está cambiada?:

- No, para mí usted no se rindió. Por favor no se rinda nunca, dijo con pasión. Usted no es de los que se rinden. Usted intentó lo imposible, insistió con firmeza, valorando mi actitud rebelde.

Le digo, en voz baja, con resignación:

- Piba, cometí el error que yo siempre enseñé a evitar: no hay que entrar, sin saber, antes, si se podrá salir. Yo no debí bajar sin saber antes si podía subir.

Luego, con gestos de vencido digo a los ayudantes:

- Me rendí, dense el gusto, súbanme alzado.

Mirando a la kinesióloga le digo:

- “Ganaste… por ahora”.

Todos se ríen muy contentos. Gran alegría. Clima general de euforia.


¿Enemigo y aliado?


Este episodio de la escalera me obligó a pensar largamente. Y descubrí aspectos desconocidos de la conducta de la “piba”.

Indudablemente yo estaba en una lucha a fondo, entre volver a caminar o no hacerlo.  Contaba con la ayuda de María Inés. Mi actitud era dual. Por un lado la respetaba como profesional y por otro lado la tenia siempre corta, echándole en cara su profesionalidad que comparándola mis actitudes curadora-practica era teoría y recalcándole que lo mío era superior. Yo estaba haciendo el juego del que domina, pero que necesita al dominado.

Luego, hablé con María Inés y le dije:

_ Piba, perdoname si a veces soy muy duro con vos. No es que no valore tu apoyo importante. No es que no seas indispensable para mí. Pero yo necesito afirmarme en contra de algo para poder ganar. Y mi contra es la rehabilitación oficial. Porque yo la estoy queriendo vencer. La rehabilitación que vos representás, es mi enemiga. Y yo tengo que vencerla para poder caminar.

_ Piba, sos mi aliada y mi enemiga a la vez_.

Ella me dijo:

_ Don pepe, no me explique lo que está muy claro. Yo tengo que hacer mi papel y usted el suyo y cuídese de no hacerlo bien, atacándome fuerte. Cuídese si al final del trabajo no camina, porque seré yo, la que me vengaré… pero de una manera cruel, muy cruel_. Y agregó:

_ Combátame. Póngase en contra mío, por favor, pero gane. Yo necesito más que usted, que gane. Sépalo de una vez: ¡por eso estoy aquí!_


Tao Te Ching 22:

Humillarse es perfeccionarse.


Ese día descubrí que la piba era algo más que una excelente kinesióloga y una buena profesional reconocida por sus colegas. La piba, era una mujer sabia. Yo lo ignoraba. Ese día, lo descubrí.

Después descubriría otras cosas increíbles de la piba.



V

Todo lo que tiene un comienzo, tiene un fin


Despedida con verdades duras, fuertes, cordiales… esclarecedoras


Con “mí método” de rehabilitación, totalmente antiacadémico (que en realidad no era ningún método, sino una serie de operaciones difíciles, que solamente yo, y algún otro loco como yo, podíamos inventar) y contra todos los pronósticos de profesionales y de incrédulos, volví a caminar.

También con mis intuiciones y algunos conocimientos transferidos de mi experiencia de acróbata, más el sentido común. Y así, no de otra manera, finalmente caminé. 

Dicen que Buda dijo “todo lo que tiene comienzo, tendrá un fin”, y quizás por eso, tenía que terminar aquella maravillosa experiencia que estábamos haciendo María Inés y yo unidos. Ella para defender un método al que yo debía atacar, para poder de esta manera caminar. 

Experiencia en la cual mi intensa, conflictiva, creadora, y fascinante relación con la kinesióloga, después de un largo y inolvidable  proceso, llegó a su fin.

Con la “piba” lo convenido fue, como ya se dijo:

- “La rehabilitación la hago yo y vos me parás un minuto antes de la catástrofe”. 

- Mis gritos de dolor no te tienen que importar un comino y vos me acompañas en mis locuras. Tené en cuenta que tengo experiencia acrobática. Sé medir el riesgo, aunque el espectador se asuste”.


El Adiós


Pasado el tiempo, la rehabilitación terminó, con Buda o sin Buda, había que decidirse al intenso adiós que veníamos postergando. Le dije:

- Piba maravillosa, si yo camino es por vos. Sin vos no hubiera caminado. Te elegí mujer, sabelo bien,  porque un varón, al primer encontronazo, me hubiera aconsejado internarme al manicomio o me mandaba a visitar a mis ancestros.

- Don Pepe, se descargó con fundamentada fuerza, usted es un cabeza dura, un masoquista, un asesino de su cuerpo, un peligro social. ¿Por qué es demasiado distinto a los demás? ¿Por qué es tan raro?

Yo contesté tranquilo:

-  ¿Por qué? No sé, pero le doy gracias a Dios de serlo. Ser como los demás me resultaría muy aburrido.

Ella me replicó:

-   Siempre petulante, nunca va a cambiar. Además, encuentra justificación para todo. No quiere perder nunca. Usted puede llegar al absurdo de jugarse la vida por una rareza a la cual nadie le daría importancia. Tengo la obligación de decírselo yo, para que lo sepa. Porque los otros no se animan, o lo que es peor, usted no les importa un comino. Deje de lado su soberbia, pierda alguna vez, no se enorgullezca de ser raro.

Yo contesté:

- Gracias por todo lo que me decís. Es muy valioso. Formará parte de la rehabilitación. Quiero que sepás que para mí, volver a caminar, fue como para Ulises, regresar a su isla. En mi vida, éste fue mi Camino del Héroe.

Con sonrisa sobradora me paró:

- No se escape otra vez más, en eso usted es un campeón. No borre sus defectos, cubriéndose con un héroe intocable. ¡Usted no es ningún héroe! Es un tipo raro y audaz. ¡Y  nada más!

Con calma contesté:

- Todos esos defectos y rarezas, y además mi autoestima muy alta, me permitieron volver a caminar... Sin esos defectos, me hubiera quedado en el sillón de ruedas.



Ella no se aplacó:

_ No, usted se engaña. Usted volvió a caminar y no se quebró la columna haciendo barbaridades, como las que hacía ¿sabe por qué? Por esas cosas raras hindúes que le permitieron regular hasta el último músculo y por el increíble autocontrol mental que tuvo durante la rehabilitación. En eso usted es único. Ese sí es un merito.

 Se lo digo de una sola vez: Usted no tiene un Dios aparte. Tiene aparte esas rarezas hindúes que me mostró el primer día y que me parecían trucos mágicos y no lo son y que le ayudaron muchísimo para salir de peligros increíbles. Su soberbia, su autoestima muy alto y su autocontrol, son la misma cosa.

 Tal vez su secreto sea un hindú escondido en algún lado, nunca se sabrá. Un hindú que cuando todos se desmayan de dolor, él grita como animal herido… pero no se desmaya. Que siente cada milímetro de la articulación cuando la mueve y puede decir si ese movimiento mínimo dañó el hueso o no. Y así ir avanzando y describir que había errores que nosotros, como profesionales, aceptamos como verdades. Que el prejuicio y el miedo nos impedían hacer recuperaciones como las que usted logró. Su hindú me enseñó a no creer en lo que se dice sin comprobarlo y que el miedo paraliza. Por eso yo me quedé acá. Aguantando sus locuras, sus insultos, sus gritos. Por eso estamos ahora diciendo…_

En ese momento ya ninguno de los dos podía contener las lágrimas, nos abrazamos y lloramos como seres perdidos, trasladados a otro mundo. Un mundo sin tiempo y sin dualidades. Donde ellos y sus almas podían unirse en un gran amor para siempre. Un solo ser en dos personas diferentes.


Tao Te Ching 16:

Regresar al origen se llama tranquilidad.


VI


¿Y algo más?


Mis amigos saben cómo fue nuestra despedida. Se la conté a todos.

Pero días atrás, por pedido de ellos, la escribí:


“Piba, recuerdo tus palabras como si las estuvieras diciendo ahora, porque me sirvieron y sirven, para mi rehabilitación espiritual.

Ahora me doy cuenta que nuestra experiencia fue hace cincuenta años. ¡Cuánto tiempo!

 Medio siglo. Nunca supe nada de vos, debés estar transitando la década de los ochenta años.

Mañana, quince de enero del 2012, llegaré a los noventa y tres años. Me presentaré en el acto sentado en el sillón de ruedas, un trono antiguo, el que me destinaron hace mucho tiempo atrás y me negué a ocupar.

 Pero, hijo pródigo incurable, ahora claudiqué.

 Llegaré, para instalarme en los noventa y tres años. En el  reino de la vejez, en sillón de ruedas. Que es el mismo reino ¿te acordás? en el que querían ponerme a los cuarenta y vos me ayudaste a salir.  Si yo creyera en la fatalidad diría: el sillón que rechacé a los cuarenta ya no puedo rechazar a los noventa. El sillón, aliado con el tiempo, estaba esperando su momento y ganó… El tiempo, siempre el tiempo, siempre…

Piba maravillosa, mujer sabia, por todo lo que te debo y por mucho más… Gracias y adiós.”

Tao Te Ching 22:

Las cosas grandes en el mundo
deben comenzar desde lo pequeño.


Un amigo fatalista me dijo:
Cuando naciste, había un sillón de ruedas en tu vida. Ese sillón estaba en tu destino, no lo podías sacar. Lo único que podías hacer, era cambiarlo de lugar. Y es lo que hiciste. Esa es tu gran hazaña.


Prof. José Bullaude
(Tucumán, Argentina. 2013)

No comments: