Con sus amigos llegan, con sus amigos
se van
A las ocho de la mañana, a fines de
diciembre, la secretaria de la Escuela Normal del Aire, me llamó por teléfono
diciendo:
_Aquí está un inspector, que se ha
instalado en su oficina y dice que él es el nuevo Director, que usted ya no es
más el director de la escuela._
_Está bien, Carmen, en seguida estoy
allá._
¿Qué había pasado? El día anterior había renunciado el Ministro de Educación de la Provincia. Los
cargos directivos, los ocupaban amigos del ministro, muchas veces sin
conocimientos específicos del sector que dirigían. El nuevo ministro traía su
gente. El título habilitante era la amistad. De manera que al renunciar el
ministro, se iban todos los amigos nombrados por él. No era mi caso.
Terminar un proyecto es un triunfo.
¿Continuarlo?... ¡No sea ingenuo!
Elegí, en la colección de bastones, el
más grueso. Lo había comprado en Hawai y lo usaban los brujos para correr los
malos espíritus. En el camino fui recordando: yo había presentado un proyecto
al Ministerio para la creación de una “Escuela Normal del Aire”. El problema
básico era que habían proliferado las estaciones de televisión pequeñas. Éstas
querían que el Ministerio les mandara personas para que divulgaran la cultura y
la educación. Pero el Ministerio mandaba maestros, que no sabían nada de
televisión y resultaba un fiasco. Por ese motivo, pensé que se podría crear una
Escuela Normal del Aire, donde los maestros aprendieran televisión y pudieran
actuar eficazmente, llevando al aire programas de educación formal, informal y
cultural.
El proyecto fue aceptado. Hacía dos
años, el ministro me había contratado la creación de la Escuela. En una semana
más, la Escuela
iba a terminar la formación de quince maestros capacitados para televisión. Mi
intención había sido acompañar durante los dos años a los alumnos en su
aprendizaje y despedirme de ellos, entregándoles sus diplomas, como egresados.
Mi esperanza ahora era que me dejaran hasta terminar el curso y aceptaran
después, mi renuncia. El hecho de concluir un proyecto era un triunfo. La
continuidad era sueño de un lírico. Para ingenuos, no para mí.
No me interesan sus razones
Al llegar a la escuela y entrar a mi
despacho, como yo ya sabía, me encontré con un señor en mi escritorio,
escribiendo.
_Buenos días señor…
No me contesta, ni me mira. Repito:
_Buenos días señor… quiero que sepa que
dentro de una semana yo voy a renunciar. Quiero solamente acompañar a mis
alumnos hasta el momento final en que reciben sus diplomas. Luego llamaré a un
escribano público, entregaré, con inventario, todo lo que el Estado me dio en
custodia._
El señor sigue escribiendo. No me
mira, no me contesta y le digo:
_Yo soy el director, no he renunciado,
no me han dejado cesante y por consiguiente usted está ocupando un lugar
que no le corresponde, disculpe mi franqueza._
El señor levanta la cabeza, me mira y
me dice:
_Usted ya no es nada. El director soy
yo_.
Y siguió escribiendo.
La actitud del inspector, que sabía
que yo no era director por amigo del ministro, me decía: “no moleste”. Me sentí como miles de argentinos se
sienten todos los días, al ser atropellados en sus derechos. Y se resignan,
pero en esa escuela yo había puesto parte de mi vida. No cabía la resignación.
Si no quiere escuchar
A esta piedra con saco y corbata, yo
le había dado mis razones legales y profesionales. Yo seguía siendo el
director, pero él no escuchaba mis razones “yo era nada”. Este inspector era
prepotente, de mentalidad dictatorial, acostumbrado a tratar con gente sumisa.
Mi conducta durante toda la vida fue respetar a los demás pero exigir que se me
respete. Las vías normales estaban agotadas. Para ser respetado había otras
vías, que yo conocía. Y ahora sí, debo confesar, que mi indignación, propia del
que sufre injustamente una afrenta, me invadió entero. Vi allí a ese pobre
burócrata, detestable. Experto en eludir el trabajo, anestesiado de
expedientes. Chupamedia del que estuvo y del que sigue y preparando sus
rodillas para hacer genuflexiones al que viene. Que sólo obedece y da órdenes.
Con toda la indignación de que soy
capaz, pero totalmente frío por dentro, tomé el bastón y lo lancé sobre el
escritorio. Cayó sobre el cristal grueso, que se partió por la mitad. Dando
fuerza a mi brazo estaban los millones de argentinos que soportan atropellos
peores que éste y no pueden hacer nada.
Y muchos otros atropellados sin tener
quien los defienda.
Debo aclarar que esta no era la
primera vez en mi vida que yo necesitaba apelar a la violencia para afirmar un
derecho y exigir un poco de justicia y de respeto. Por eso estaba muy entrenado
en actuar, una violencia externa, con absoluta convicción, pero manteniendo una
frialdad absoluta en mis emociones. Con el vidrio roto, miré fijamente a ese
montón de desperdicio humano y le dije mientras a él le saltaban los ojos de
pánico:
_ Pedazo de imbécil, no sos sordo, no
sos infradotado, ¿Por qué no me contestas a mis argumentos? ¿Sabés por qué no
contestás? Porque sos una piedra, con el perdón de la piedra, que no sabe
pensar_
El inspector, muerto de miedo,
temblaba y ahí le grité, con el bastón en alto.
_¡Esa es la puerta! Si no corres te
rompo la cabeza_
Y efectivamente salió corriendo. Cuando estaba
en el pasillo, le grité:
_La secretaria te va a llevar tu
portafolio. Si te ensuciaste los pantalones, a la izquierda hay un baño._
No vino nadie más. Nadie habló desde
el Ministerio. Yo entregué los diplomas cuando correspondía. La noche de la
entrega, cenamos todos juntos. En la
despedida surgió: “Pepe, fuiste un padre para nosotros” una vez más en
mi vida, fui padre sin ningún hijo biológico.
Como correspondía, con un escribano
público, entregué al Ministerio todos los bienes de la escuela.
Desgraciadamente el método no convencional, dio resultado.
Respetar y ser respetado
Un periodista, buscador de escándalos,
vino a verme y le dije:
_Acá no hay nada grave. El problema es
que respeto y exijo respeto. Lo cual no es usual
Mi insistencia en asistir a la entrega
de diplomas, tenía un profundo significado:
Si me iba antes podía ocurrir que por
cualquier razón arbitraria, decidieran no darles los diplomas, en cuyo caso,
los dos años de sacrificio de los alumnos se perderían.
También podía ocurrir que al no estar
yo, no se hiciera la entrega de diplomas prevista y que quedara supeditada a la
decisión del próximo director. También esto era negativo para los alumnos.
Con mi actitud poco ortodoxa estaba asegurando la obra docente, a fin de que no se perdiera por un capricho absurdo de la burocracia.
El método
Ésta no fue la única vez en la que apliqué el método
al que llamé “uso de la violencia psicológica no física ni armada para detener
una conducta destructiva.”
En este caso, teniendo en cuenta que la vía racional
no daba resultado y la arbitrariedad perjudicaría a los estudiantes y solamente
cuando estaba seguro que no había otro remedio, usé la violencia controlada (el
bastón sobre el vidrio, no sobre la persona). Los lenguajes, verbal y no verbal
contundentes pero también controlados,
en función de las reacciones que iba
observando en el agresor. En este caso, fueron hechos elevados de tono con el
fin de disuadir, no de causar daño.
El método es más complejo y exige dos capacidades
básicas:
Primero, absoluto control emocional por parte de quien
lo aplica, con el objeto de dirigir la situación sin caer en la violencia
generalizada.
Segundo, aplicar la agresión solamente hasta el punto
en que se ve que da el resultado esperado. No más. Esto es posible estando en
control de sí mismo y no bajo los efectos de la ira, sino más bien, siendo
completamente racional frente al conflicto. Es una estrategia que exige cierta
cuota de teatralización con el propósito de dar un mensaje lo suficientemente
firme y certero que persuada al oponente.
Jose Bullaude
Escritor argentino.
Email de contacto: josebullaude@gmail.com
3 comments:
Un excelente relato. Muchas gracias Jos!
Un abrazo.
Jeniffer Moore
Un relato vivencial pulcramente escrito, con maestría, haciendo honor a la profesión dignísima del que lo escribe. los hechos se van dando como cinematográficamente, uno no tinene que agregar nada, a no ser la emoción ante el argumento desarrollado, apoyar las razones del protagonista coento por ciento. Muy bueno, amigo. Mucha salud y largos años de creatividad. Abrazos.
Un relato vivencial pulcramente escrito, con maestría, haciendo honor a la profesión dignísima del que lo escribe. los hechos se van dando como cinematográficamente, uno no tinene que agregar nada, a no ser la emoción ante el argumento desarrollado, apoyar las razones del protagonista coento por ciento. Muy bueno, amigo. Mucha salud y largos años de creatividad. Abrazos.
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